El ferrocarril no se detiene,
avanza con celeridad,
se tiñe con las estaciones anuales:
primavera y verano;
verdor y calor,
otoño e invierno;
el frío y el viento.
Moldean su trayecto.
El ferrocarril no se detiene,
no para en las estaciones,
no se detiene por nada ni nadie,
avanza en línea recta,
sin mirar atrás.
Dentro de él, anida la vida y la muerte;
personas que se sumergen en la burbuja,
foráneas al exterior y absortas en el vaivén interior.
El ferrocarril no se detiene,
ingrávidos de su tierra,
plácidamente aguardan la llegada,
pero esta nunca llega.
Cada uno en su asiento,
cada cual en su vagón.
Algunos descienden,
otros continúan, sin mirar atrás,
ajenos al paso inexorable del tiempo.