Yeshuapoemario

Escribe en un libro todas las palabras que yo te diga (Jer. 30:2).

 

En el silencio de la meditación, las palabras de antiguos textos resuenan,

como ecos de sabiduría que atraviesan el umbral del tiempo.

Nos hablan de paciencia, de amor, de luchas y de victorias,

de cómo enfrentar los días oscuros con una luz que nunca se extingue.

 

Cada verso, cada línea, un faro que guía a los corazones perdidos,

un consuelo para el alma que busca respuestas en la inmensidad de la vida.

Nos enseñan a mirar más allá de nuestras propias experiencias,

a comprender que hay un hilo que nos une en nuestra humanidad.

 

Los consejos que se desprenden de sus páginas son un regalo,

un legado que ha sobrevivido al implacable paso de las eras.

Nos invitan a reflexionar sobre lo que realmente importa,

sobre cómo nuestras acciones resuenan en la eternidad de los días.

 

La esperanza que se siembra con cada palabra leída,

es una promesa de un mañana lleno de posibilidades.

Nos alienta a soñar con un futuro donde la bondad prevalezca,

donde cada ser pueda encontrar su lugar y su paz.

 

La personalidad que se revela a través de sus historias,

es un espejo en el que podemos ver reflejada nuestra propia alma.

Nos muestra que, a pesar de nuestras imperfecciones,

hay una belleza inherente en el simple acto de existir.

 

Meditar en las cualidades que se nos presentan,

es un acto de introspección que nos transforma desde dentro.

Nos conmueve, nos desafía, nos inspira a ser mejores,

a acercarnos a Jehová, a lo eterno, a lo inmutable.

 

Ser amigos de lo trascendental, de lo que está más allá de nosotros,

es un viaje que emprendemos con cada paso, con cada respiración.

Es un deseo de conexión, de comprensión, de comunidad,

un anhelo de ser parte de algo más grande que nosotros mismos.

 

Conocer, en la profundidad de su significado, es un acto de amor,

una búsqueda constante de la verdad que se esconde en lo cotidiano.

Es encontrar en lo ordinario, destellos de lo extraordinario,

y en los hermanos, la esencia de lo que significa ser humano.

 

Así, en la quietud de nuestro ser, encontramos un refugio,

un santuario donde podemos ser verdaderamente libres.

Libres para explorar, para preguntar, para maravillarnos,

libres para vivir plenamente cada momento que se nos ha dado.

 

Y en esa libertad, descubrimos el valor de la gratitud,

la importancia de dar gracias por las bendiciones que recibimos.

Porque cada día es un regalo, cada lección una oportunidad,

cada desafío, una invitación a crecer y a florecer.

 

En la poesía de la existencia, cada uno escribe su propio verso,

cada uno aporta su voz al coro que canta la canción de la vida.

Y en ese canto, en esa sinfonía de experiencias compartidas,

encontramos la verdadera riqueza de lo que significa ser parte de Jehová, lo divino,

 

Por eso, agradecemos por las guías que nos han sido dadas,

por la sabiduría que nos acompaña en cada paso del camino.

Por la esperanza que brilla como una estrella en la noche,

y por la posibilidad de conocer, de amar, y de ser conocidos.

 

Que cada palabra, cada enseñanza, cada acto de bondad,

sea un reflejo de lo que llevamos en lo más profundo de nuestro ser.

Que podamos mirar hacia atrás y ver un camino de luz,

y hacia adelante, un horizonte lleno de promesas y de sueños.

 

Así, en la contemplación de lo divino y lo humano,

encontramos un sentido que trasciende el aquí y el ahora.

Un sentido que nos une, que nos eleva, que nos hace infinitos,

en un universo de posibilidades que apenas comenzamos a explorar.