Alicia y Sabrina eran amigas desde hacía mucho tiempo. Vivían juntas en un barrio de la ciudad y tenían un vehículo que compartían.
Ambas trabajaban y en los tiempos libres frecuentaban amigos y familia, y estando en la casa, a Sabrina le gustaba leer y a Alicia experimentar con elementos que servían a su propósito de crear, era una especie de artista plástica.
Habían adoptado un cachorro, un perrito color marrón con su lomo negro; creyendo que no crecería demasiado le habían armado una camita en el living de la casa. Al poco tiempo, y advirtiendo su error, Alicia le construyó una casita de madera, barro, y piedras en el amplio jardín que rodeaba la casa, más precisamente cerca de la galería trasera donde pasaban gran parte de su tiempo, sobre todo en verano; en invierno debían cerrar los ventanales y eso aislaba un poco a Morti de ellas cuando estaba afuera.
No tardaron mucho en elegir el nombre del cachorro, debido a que desde el principio mostró su enérgica inclinación por morder y tironear todo lo que se movía suavemente, como invitándolo a jugar, sobre todo flecos de manteles o cortinas, o las tiras de los almohadones que cubrían las sillas.
Esa tarde, Alicia se subió al auto y se dirigió, como era habitual los viernes, al taller de arte libre. A pesar de que le encantaba y lo disfrutaba mucho, ese día se sintió particularmente cansada y decidió volver antes a casa.
Sabrina la recibió con su habitual sonrisa que, Alicia correspondía sumando su entusiasta abrazo.
Esta vez no sucedió. Se quedó inmóvil tras cerrar la puerta mirando a su amiga con angustia y lágrimas en los ojos.
A Sabrina se le borró la sonrisa, se acercó a Alicia y la abrazó en silencio esperando que se calmara para poder preguntarle qué había sucedido. Pasado un momento se animó con un “¿estás bien?” y ella asintió con su cabeza. La acompañó al sillón y le acercó un vaso de agua. Morti se acercó sigilosamente y se acurrucó a sus pies como comprendiendo la situación.
Un poco más repuesta, se dispuso al relato de lo acontecido.
Comenzó diciendo “¡no era mi momento!”, y sus palabras captaron la atención y el silencio de Sabrina.
Alicia, conducía por la avenida con atención y prudencia a pesar de su cansancio, venía por el lado izquierdo y debía doblar a un par de calles. El semáforo se puso en amarillo y los autos que tenía delante suyo comenzaron a disminuir la velocidad hasta detenerse cuando se puso en rojo. Cuando el color verde lo permitió, comenzaron a avanzar lentamente hasta casi frenarse debido al congestionamiento del tránsito. Desde la perpendicular, sin que nadie lo advirtiera, circulaba un camión a gran velocidad cuyo conductor no advirtió el semáforo hasta estar muy cerca de la intersección. Alicia se sintió como encandilada y escuchó una gran frenada, no entendía demasiado la situación. Al ver muy cerca el camión y con autos adelante, un gran caudal de adrenalina recorrió su cuerpo. El conductor clavó los frenos y quedó a cinco centímetros de distancia de la puerta del auto. Cuando todo se acalló se encontró rodeada de gente, incluso el conductor del camión, preguntando si estaba bien. Después de un momento de tomar conciencia, entre gritos y disculpas, se dio cuenta de que todo estaba donde debía. De a poco se fue despejando el lugar y todos siguieron su camino con calma.
Alicia apenas pudo llegar a su casa por la vista empañada por las lágrimas, que reconoció llenas de angustia y agradecimiento a Dios por estar viva y bien.
Aprovecharon el fin de semana para relajarse y conversar sobre lo sucedido y llegando a la conclusión de que cada uno tiene su tiempo y nadie sabe cuándo será su hora.
También consideraron la locura de vivir en una gran ciudad, y decidieron mudarse.
Encontraron una hermosa y arbolada quinta con una casa pequeña y acogedora, en un pueblito que habían visitado hacía bastante tiempo.
Ambas tuvieron oportunidad para sus respectivas actividades.
Alicia ideó una forma diferente de arte, que consistía en ensamblar materiales a modo de encastre e ir intercalando una especie de cinta negra y brillante de manera que, al concluir el ensamble se veía una imagen en la superficie, como líneas dibujadas. Construía diferentes formas, como paredes o estatuas, algunas tan altas que requerían algún tipo de apuntalamiento.
Dejando un tramo al principio, iba intercalando la cinta, que oportunamente escondía en esa especie de rompecabezas, según conviniera a su diseño.
El resultado era un fondo multicolor, o de una gama determinada y el dibujo negro en la superficie. Finalmente cortaba los excedentes de cinta y aplicaba una cobertura transparente para proteger la estructura y la cinta de los avatares del tiempo.
Antes de terminar la última obra, hecha con piedras, en la que estaba trabajando, se sentó a descansar a su sombra, sin advertir que Morti se acercaba atraído por el extremo aun no resuelto de la cinta negra, que se movía con la suave y cálida brisa de esa tarde.
Se sintió suspendida en el aire y como viendo desde arriba la escena.
Morti se había acurrucado al lado de Sabrina, que estaba arrodillada al lado del gran montículo de piedras y con lágrimas en los ojos.
“Creo que me busca”, pensó Alicia, agradeciendo por haber vivido tan bien su tiempo.
“Ya no puedo decirle, personalmente, que este es mi momento”.
Miriam Venezia
11/10/2024