Aquellos girasoles,
al cielo saludaban,
estaban en la huerta,
del niño y de su casa
Alzaban su figura
al sol que les llamaba,
dejando los colores
de nueva madrugada.
El niño, muy pequeño,
así los contemplaba,
con ojos y pupilas
absortos en su estampa.
Alegre colorido
de brumas y nostalgias,
llenando de pureza
el fondo de las almas.
El sol, con paso lento,
sus pasos estiraba,
llenando de alegría
la tierra y la mañana.
El agua del rocío
también se destilaba
y el campo y la pradera
de nuevo despertaban.
Cantaban los gorriones
igual que las cigarras,
formando unas corales
de seres sin corbata.
Y el niño, todo esto,
pensaba y cavilaba,
volando con sus sueños
a un mundo de esperanzas.
¡Qué vana es la utopía
del niño en esta fábula,
los sueños son los sueños,
y, a veces, crean farsas.
Rafael Sánchez Ortega ©
29/10/24