Para ti, querido Hugo, que todo nos salga como nos deseamos. Un fuerte abrazo, maestro.
Amigo
Semblanza de una amistad que nunca nos abandona.
***
Y un hondo penar se confundía con las olas
y se sumergía en ellas
y era volteado por ellas.
Y cuando recalaban en las arenas,
en lágrimas de canto romo,
que de tanto rodar, de tanto usar,
se volvían de sal
y allí se quedaban,
esperando siempre tu retorno.
¡Ay, compañero del alma!
Cómo te sufro, cuantos anhelos, como te extraño;
qué extraño el pasar del tiempo
que envejece las hojas y las muere,
las alza, y al final,
son un manto para los pies descalzos
del marinero perdido en tierra, que llora la pena
con lágrimas secas y saladas.
Cuánto mar abandonado que,
con cada ola, reclama lo robado,
con cada abrazo vacío, se ahoga en el dolor
y se resiste a morir en soledad y estío.
Los brazos ondulados, incansables,
que no paran de buscarte,
en nuestras arenas que mojan las huellas
de nuestros pies descalzos.
¡Ay, amigo del alma!
Compañero de sendas,
que desembocan en nuestro mar,
aquel que de niño veíamos
y con lágrimas saladas enjugábamos las risas
y saltábamos
y corríamos
y nos sumergíamos,
para luego,
ser dos almas tendidas bajo un firmamento
de promesas que nunca se cumplieron.
Y así,
compañero de senda, olas y arena,
se fue cumpliendo la profecía.
Nada de lo que nunca llegue al horizonte será realizado. Los sueños que mueren desgastados con ese canto rodado. Las piedras del camino que fueron expulsadas de la playa. Nuestra playa de ayer, nuestro mar de entonces.
Qué lejos la luz del amanecer, que extraño el viento que no veo, ese que entonces levantaba remolinos de arena en nuestras venas y nos empujaba hacia la libertad que nos fue negada.
¡Ay, compañero!
¿Dónde estás, amigo del alma?
¡Grita, grita, que te pueda ver!
Saca la lanza,
con la que pensábamos liberarnos
de las alimañas invisibles.
Pon en guardia las defensas
y corramos de nuevo por las arenas,
y a ser posible, amigo del alma,
vuelve con la mochila de entonces,
aquella cargada de sueños,
de rosas y promesas incumplidas,
adheridas a nuestra piel curtida por la vida.
¡Ay, de mi soledad!, amigo mío.
Cuánto me pesa el paso del tiempo
que nunca vuelve.
Cuánto la vida, que no se detiene,
¡Cuántos horizontes lejanos y olvidados!
¡Cuántos sueños desgastados!,
y cuantas piedras en el camino.
Qué hondo penar se funde con las olas,
compañero del alma,
en las orillas de la vida que no se detiene
donde ayer me sumergía
y hoy es una playa solitaria, lejana y vacía
¡Ay, amigo mío!,
compañero de senda, olas y arena,
qué frialdad en la cruel la profecía:
Sueños desgastados como canto rodado, risco del camino que fueron expulsados de las orillas de aquel nuestro ayer soñado y hoy en la soledad de cada uno por su lado.
***
Un fuerte abrazo, maestro Hugo… que pronto estemos de nuevo en el camino de la poesía que habla, la que sale viva y risueña con tus encantadoras palabras. Abrazos.