Una noche, curioso miré al cielo,
y, en lo oscuro, pude ver muchas de ellas.
Gran vacío de negro terciopelo,
lleno de cosas inmensas y bellas.
En el cuerpo la emoción de un anhelo,
de saber que somos polvo de estrellas;
mi ser inmortal anclado a este suelo,
enmudece viendo el brillo de aquellas.
Enmarañado el pelo al frío viento;
veo cruzar un fugaz meteoro
por la gran bóveda del firmamento.
Dejando una estela de verde y oro,
quizás del mismo polvo, lo presiento,
pasó raudo mi efímero tesoro.