Dedicado a la memoria de D. Juan Valera
Y Pepita me miró.
Y de la nada surgió entonces
una luz cenital
como de rayo,
como de ángeles sin mancha
batiéndose en serio duelo
con los caídos.
Sus ojos atravesaron las bóvedas
de firme arista y los contrafuertes
del recio templo -eso creía yo-
de mis fervientes reflexiones
de hombre cabal.
El cáliz brilló en la oscuridad
y mis manos se hicieron
encendidas coronas de adviento,
desconocida canción de cuna
y envés de palma en
la cuaresma de mi vida.
La tristeza, confundida,
salía por las vidrieras
entre alas
de cera y de miel.
Pepita me miró
y supe al fin
que Dios
me escuchaba.