Escribo a la heroica pasión de remar en despoblado
cuando la mente se debate en su guerrilla.
Escribo al que suele elegir
el banquillo de acusados
desperdiciando una estela de presencia vital
entrampado en el eco de la culpa y de la queja.
Escribo para las circunstancias
de las gentes minuciosas laborales
que cultivan la alegría del lugar común
situando el ojo donde no alcanzan las balas.
Escribo porque en la mesa del domingo
se ofrece la esperanza y la sabiduría de lo simple
y el placer de quererse en los gestos
contemplando manos bellas.
Escribo, aunque la espuma del diluvio
ahogue la presencia
y luzca su corona de arrogancia
y perfore la musculatura de lo cierto
y deje rastros de martirio sobre huellas.
Escribo sobre la hidalguía de poner de pie la dignidad
por encima de los corvos que te hirieran.
Desde las propias cicatrices
florecen siempre las virtudes y sus medallas
que cuelgan en el cielo de toda patria
y en el verbo del recuerdo y sus estrellas.