¡Oh, pasado!
Antiguo y lejano lugar del tiempo,
edad de la inesperada sorpresa.
Tú, que siempre has sido llama y nunca cenizas,
¿dónde mora tu juventud?
Yo que nací en la dorada hora de la sol-edad
y ahora muero poco a poco de auroras,
¿he de perecer acaso para regresar?
Ah, reminiscentes horas de una antigua primavera,
ardiendo en intenso naranja:
rojizos y amarillos colores de tarde sobre mi piel,
quédate con mis palabras no dichas
y esta sombra estampada sobre la pared;
porque tuyo es lo que no existe.
Heme aquí,
con insomnio intemporal de pórtico y vieja mecedora
en el crepúsculo triste de la tarde,
diluido en un recuerdo que desaparece tan pronto
como mis labios sedientos buscan el agua,
mientras mi edad advierte el paso de las horas,
y mi piel perece en los pétalos marchitos de una flor de avispa.
Muy tarde me doy cuenta de tu eternidad y tu quietud;
y muy pronto avecinan las postreras horas del día.
¡Oh, suficiente sol!
Déjame descansar en el olvido
de los rostros y de las voces,
ya nada nuevo queda en este lugar,
de otro será la pálida mañana,
de otro será…
Tú, que tienes la dicha
de ser siempre menos y nunca más,
¡regrésame pronto al olvido!
¡Oh, mi desventura,
siempre tocando a la puerta
a la hora precisa!
Dime tú, hermoso amigo que estás del otro lado,
¿acaso escuchas mis sollozos?
He sido un hombre amable, pero no fue suficiente,
he tenido quien me ame, y tampoco fue suficiente.
¿Cuál es mi culpa?
¡Oh ventura, expúlsame de tu morada!
Mi joven compañero,
sé que no vendrás por mí,
que no podré regresar por ti,
porque no podemos pellizcar la piel
de la noche que nos separa.
Tú, que eres eterno, y yo, que soy mortal,
puedo intentar soñarte esta noche;
tú, que eres etéreo, y yo, solo soy carne,
puedo sentirte en el ígneo soplo del aire de esta tarde.
¡Oh! sueño convertido en llamas,
¿podrías abrir la puerta y salir de ese cristal de media noche
(que es tu eternidad)
y vagar descalzo por estos campos de espiga?
Ven, querida gran alma.