En el albor de mi vida, fui entregado a tu gracia;
desde el vientre materno, tú, mi divinidad, mi enlace.
Desde eras ancestrales, Jehová ha guiado
a la juventud perdida, a su amistad ha invitado.
Así, en el crecimiento espiritual, los hijos son moldeados,
si su corazón y su mente a tal fin han orientado.
Aunque en rutas inciertas los vástagos puedan errar,
la divina presencia su amor no dejará de demostrar.
Al vislumbrar un destello de rectitud en su mirar,
la mano extendida estará, sin vacilar, para ayudar.
En el instante preciso, las palabras justas podrás hallar,
aquellas que tus hijos necesitan para su camino enderezar.
O quizás, un persona caritativa, de la congregación surgirá,
con atención y afecto, su espíritu fortalecerá.
Incluso en la adultez, cuando la niñez parezca olvidada,
los recuerdos de tus enseñanzas serán una luz aclamada.
Porque si persistes en guiarlos con acciones y palabras,
motivos sobrarán en el cielo para que sean bendecidos con alabanzas.