Salva Carrion

En el cementerio viejo

 

En el cementerio viejo, un brujo sombrío

susurra tormentos que hielan el corazón,

mientras sombras mudas tejen su desvarío,

torturando a las almas de eterna prisión.

 

En el espanto ciego de la noche negra,

unos cuervos de fuego vienen a graznar;

de sus podridas bocas vomitan pelagra

sobre los malditos que rabian su penar.

 

Los pasos se arrastran entre las tumbas frías,

ánimas errantes lanzan sus alaridos,

de vivencias rotas y codicias baldías,

por el oro robado en tiempos preteridos.

 

Los muros empedrados guardan los secretos,

de tenebrosas confesiones delatadas;

las lápidas esconden viejos manuscritos

de las insufribles crueldades confesadas.

 

Por los ásperos pasillos del frío suelo,

se arrastra el pesado ferro de una cadena;

los altos cipreses cuentan su infame duelo,

con un fétido hedor a sangre que envenena.

 

El tormento de un loco sacude su mente,

que se ahoga en el llanto de un remordimiento,

buscando la venganza que grita impaciente,

en el pozo profundo de su sufrimiento

 

Bajo la luna roja, la noche despierta

con un grito sofocado en el aire frío,

por el cuchillo atravesado en la garganta

del inquisidor que confesó su delirio.

 

En el gran panteón de sangre yerma se oyen

duros quejidos de torturas ya olvidadas.

Bajo las losas de mármol, los huesos piden

la falaz redención de sus almas penadas.

 

Y ya basta de estos sustos y espantos

que la vida es tan solo un par de tangos,

y la muerte un alegre paso doble,

de costumbre tan sana como noble.