Salvador Galindo

La once

Ya llegan los invitados

Todo guarda su particular orden.

Sobre las mesas, aluminio y plástico.

 

Indicios de un onírico banquete

Aguardan al estómago.

 

Todo connota pulcritud.

Olores y sabores

Condimentan la escena

Y no son precisamente alimento.

 

Arriban los dientes

Con su imperio voraz,

Atestiguan la verdad oculta

Entre especias y aliños,

Cómplices de la profanación.

 

La campana anuncia

El inicio del almuerzo

Los platos dibujan

Un Apocalipsis culinario.

 

Continúan los invitados

Brindando por la ocasión,

Degustan y disfrutan en su mente

El placer de comerse a sí mismos.

 

Sin ropas

Sin artificio

Sin condimento.

 

Sólo la materia,

Susceptible de su ígneo deceso,

Ahora grita arrojada

Sobre los platos vacíos.

 

Las paredes son testigos,

Los servicios y mesas cómplices

De la agria dulzura

Que sigue al velo del instinto.

 

Todo connota pulcritud:

Cada trozo en su respectivo plato

Cada utensilio en su respectiva función

Y cada vientre rugiendo

Con la misma intensidad.

 

Es la miseria digestiva

Lo que se ordena

Como el protocolo de moda

Para bestias formales.

 

Sobras de un distópico banquete

Descansan ahora

En las entrañas.

 

Una perdida civilización

Se va nutriendo

De su gastronomía.

 

Es hora de la once.