No sé qué será de mí el día de mañana; tal vez siga vivo, convertido en un anciano decrepito con la piel arrugada.
No sé qué pasará cuando esté más viejo y la memoria me empiece a fallar y no recuerde el nombre de los nietos.
Sigo sobre esta tierra; aprovecho el brillo del sol cada día, pero me están abandonando mis fuerzas.
Ya me engaña la ceguera, nada es lo mismo; es más, me cuesta jugar a la pelota con los niños.
Soñé con festejar una boda, pero los sueños a veces no se cumplen o se nos van por la borda.
Cuando sea anciano, los pliegues en mi cuerpo me recordarán las lecciones que aprendí con el paso del tiempo, pero eso de ser sabio está muy lejos.
Mis manos temblorosas no me dejarán ni arrancar una rosa; y mi visión ya se volverá borrosa.
No sé qué será de mí más adelante; ahora bien, cuando me de cuenta ya será demasiado tarde.
Muchos deseos he tenido; la mayoría no las he cumplido, otros las tengo reprimidas o guardadas en el olvido.
La edad se me nota en el aliento, en el cuerpo; no me dejo vencer, pero nadie puede luchar contra eso.
Mis vástagos me llamarán viejo; me veo sentado bajo un níspero con un bastón a mi lado para levantar mis huesos.
Mis hijas le dirán a sus retoños: saluda a tu abuelito, denle una mantita porque está fresquito, o eso espero si sigo vivo.
Todo es incierto; mis energías se están agotando como las baterías de lo que llaman celular.
Mis pasos se tornan lentos; ya no puedo comer lo que apetezco; es difícil asegurar si alcanzaré el próximo invierno.
No se puede luchar contra natura, contra el reloj; el cuerpo envejece; soy consciente que el tiempo no se detiene.