En París te entregué toda mi vida
y la flor más preciada de mi pecho
sembraste con sus pétalos un lecho
con los fulgores de la amanecida.
Con cantinela de promesa urdida
el amor que juraste satisfecho
se acomodó en mis poros por derecho
y morí por tu verbo estremecida.
A la orilla del Sena me ofreciste
amor que no cupiera en la mañana
ni en la noche encendida de luceros.
Mas con tu ofrenda mentirosa huiste,
y mientras, yo, con mis quimeras vanas
revivía tus besos embusteros.