Hasta la naturaleza
nos miente con gran descaro,
sin pudor y con dureza.
Ya la rosa se engalana
con su atavío precioso
para adornar la mañana
antes de que la campana
despierte, a un día glorioso.
Tanto me asusta, hijo mío,
lo que se teje en la sombra,
que en lo bueno no confío.
La sombra medrosa escapa
a la otra parte del mundo
cuando el sol tiende su capa,
y con su fulgor solapa
las flaquezas de un submundo.
Como a un ser escarnecido,
siempre nos pinta la muerte
aquel que la ha conocido.