DE VUELTA A CASA
Yo vivía en un pueblo pequeño
que mis padres habían abandonado
de jóvenes, pero yo no,
yo había vuelto esperanzado
a las mismas calles y plazas
y a la mole de roca pelada
alrededor de la cual gira el barrio
alto, el más poblado y carismático,
y los días pasaban
tan lentamente como es posible
que pasen en una localidad.
Las calles estaban vacías a ciertas horas
y se podía caminar tranquilo, correr
incluso, sin obstáculos a la vista,
y el cielo azul parecía perseguirnos
con alocados desplazamientos.
Y por los estrechos pasadizos rompepiernas,
doblábamos las esquinas
como flechas teledirigidas
hasta caer exhaustos
víctimas del cansancio.
Comenzábamos a correr perseguidos
por un cielo despejado de nubes,
sin “preparados, listos, ya”,
sino que simplemente nos dejábamos ir
calle abajo o en ligera ascensión.
Pues la vida suponía, al fin y al cabo,
un esfuerzo atractivo, liviano
simplemente ofreciendo poca
o la menor resistencia
al paso de los minutos.
No oponer resistencia en demasía
suponía un requisito,
y lo contrario era sentir la angustia,
la falta de calma
y el estrés imperativo.
Ya no me quedaban empresas
por emprender salvo la de dejarme
ir tiernamente, apasionadamente
al tomar la cuesta abajo.
Gaspar Jover Polo