Por esta inusitada
vereda
me asomé una mañana,
pretendía meter en una cesta
los pétalos del agua.
La risa del agua se me escapaba,
se me escapaba su estampa.
Me arrodillé a sus pies
pero se me escapaba.
Como un enigma críptico,
sin principio ni fin,
nadie sabía dónde
tenía el alma,
y ante tal confusión
me aferré al escarpado
aroma del perfil del agua.