Como una vela encendida en la vasta noche,
mi corazón arde con la llama de tu risa,
y sin embargo, un viento invisible murmura,
la posibilidad de un silencio eterno.
Soy el árbol plantado en la pradera de sus vidas,
con raíces profundas, abrazando la tierra,
pero, ¿y si un rayo, un hacha, o el peso de la tormenta
me arrancaran antes de verlas florecer?
El miedo es un río oscuro, profundo e insondable,
que amenaza con arrastrar mi sombra lejos,
dejando solo ecos, hojas secas de otoño,
cuando yo quiero ser primavera en su vida.
Pero el amor es una promesa, es semilla y es fruto,
que incluso cuando yo no esté para cuidarlo,
brotará de los rincones secretos del suelo
y les hablará de mí, como un susurro en sus sueños.
Y así me consuelo, en esta danza incierta,
sabiendo que, aunque me cubra la tierra,
ellas llevarán en sus risas mi felicidad,
y en sus ojos, el reflejo eterno de mi amor.