Te guardé en ese rincón que nadie conoce,
donde el viento no arrastra ni el rayo destroce;
fue para esconderte, para darte abrigo,
aunque al hacerlo me mate contigo.
No te saqué de mi corazón, te oculté en silencio,
donde el peso se hunde y no hallo remedio,
un refugio tan hondo, tan oscuro y frío,
que eres llama que mata, pero es mío el hastío.
Allí duermes intacta, sombra bien guardada,
como un veneno dulce que no pide nada;
te guardo en la penumbra que inventé sin final,
sin perderte, amándote, mi dolor mortal.
Aunque me mates lento, no me pesa el duelo,
prefiero guardarte aunque mi alma muera sin consuelo;
en mi sombra te escondo, en mi herida te aferras,
y así, mientras me muero, te protejo de mis guerras.