Cielo de noche

Desnudez.

Me desvisto en silencio, con calma,  
piel sobre piel, como quien se despoja de capas  
en busca de una pureza olvidada.  

Y en mi afán reflexivo pienso: ¿No te sientes desnudo?  

Porque lo que yo siento es que este cuerpo es un velo,  
un manto tejido para contener el misterio,  
un lienzo que oculta silencios,  
la profundidad de lo que realmente somos.  

Tal vez es el alma, al fin, quien más teme  
la desnudez, temerosa de mostrarse  
sin adornos, sin palabras, sin máscaras,  
sin armaduras que creemos indispensables para vivir.  

La piel sangra y sana,  
como una superficie que se renueva y olvida,  
pero el alma… bendita el alma que, cuando se expone,  
deja marcas invisibles, se desnuda, posee en ella  
huellas que no se curan, que no se ocultan,  
un peso que el tiempo no sabe aliviar.  

Considero en que la desnudez genuina  
es mirar sin miedo dentro de uno mismo,  
con los ojos de quien explora una caverna oculta,  
aceptando y besando cada grieta, cada herida,  
como las líneas de un pergamino  
que nos recuerda quiénes somos y de dónde venimos.