Para mis hijos Gabriela y Matías.
Hijos, en esta vida tan breve y perdida,
aprendan que el tiempo no espera al amor;
los muertos reciben más flores que en vida,
pues el remordimiento es más fuerte que el honor.
La culpa florece en tumbas y en cruces,
más bella y lozana que el ramo en el hogar;
el alma que calla, con torpes excusas,
prefiere mil flores al muerto ofrendar.
En vida, mis hijos, se siembra el cariño,
no esperen que el polvo les exija amar;
pues el llanto más puro y el ramo más limpio
no alcanzan a tiempo al que ya se va.
No dejen que el peso de un adiós silente
les pida lo que no quisieron dar;
la flor no consuela, ni el luto consiente,
lo que un abrazo no supo entregar.
Cuando me vaya, no traigan coronas,
que en vida prefiero su risa y calor;
si alguna flor llevan, que sea la que encienda
un recuerdo sincero en su fiel corazón.