yo es otro
A. Rimbaud
yo,
el poeta,
el Otro
M. O Menassa
Pasaron cinco siglos
y todo,
fue verdad.
Los vaciadores de entrañas,
los violadores de sarcófagos,
llegaron con sus bombas,
al centro de la tierra.
Querían conquistarlo todo
y tenían,
una desmedida pasión,
—perversa—
por los encuentros virginales.
Amar,
aman por sobre todo,
la blancura,
la asepsia,
una especie de sordo capricho,
en construir,
murallas infranqueables,
en organizar nuestros sentidos,
y además,
claras argucias,
modelos encantados,
rutilantes titulares en los periódicos,
para ver,
si es posible,
que desviemos la mirada.
No nos dejan vivir.
Sólo precisan,
que no tengamos hambre,
¡tanta!
y para nuestro deseo
las reliquias,
las torpes fieras entontecidas por la vejez,
los desperdicios,
en fin,
para nosotros,
PAN y CIRCO.
La tibia
y la melancólica,
costumbre de los pueblos bárbaros.
Para sobrevivir,
para que no me matara,
el tenaz e imperceptible aburrimiento,
fui el enano,
y fui también,
gigante entre la niebla.
Un hombre marcado por la viruela boba,
—quiero decir,
tocado,
por una enfermedad sin importancia—
Útil
para un destino grande,
o bien,
uno pequeño.
Un gajo de humanidad,
hecho carne.
Violenta insinuación.
Huyo,
ahora,
tranquilamente
de la biblia.
Y sin embargo,
temo como final,
que nos inventen,
el HAMBRE,
contra nosotros mismos.
Vale decir,
que estoy desesperado
y sé
que moriré de bronca un día
y nadie,
sabrá nada.
Ni mis muchachos,
ni las locas serpientes.
Y moriré de bronca un día,
porque tengo en mi pecho,
el odio contra todo:
contra las bellas mujeres y los amigos,
contra el estúpido indio americano
y su soberbia,
y un odio inmemorial
contra los impotentes blancos,
de américa del norte,
contra los que nunca,
hicieron el amor.
Odio en mi pecho,
contra la vieja europa,
la inventora del hambre y de la guerra,
la inventora,
de la más alta esclavitud,
la propiedad privada.
Y bien,
digan lo que digan,
soy,
el único poeta de este siglo.
La gran máscara.
Yo también,
tengo en mi pecho,
a mi Neruda,
quiero,
mi isla negra,
y no crean,
que digo tonterías,
busquen en mi poesía
y encontrarán,
que mis uvas maduras,
son,
las más profundas,
las uvas del festín final,
las más negras.
Y ahora,
si quieren,
para perdonarme,
pueden pedirme que rece,
que me ponga a llorar,
que con mi poesía,
la verdadera,
destruya los demonios,
como hice con dios.
Y si soy,
el claro manantial,
que horada la piedra,
puedo llorar,
por todos los pecados
y amar a dios,
y a su diáfano y enloquecido,
séquito de leprosos.
Temo,
entonces el infierno,
temo,
morir envenenado.
Y si el poeta se burla,
es,
un idiota profundo,
no tiene en cuenta el porvenir,
lo dice todo.
No entiende,
—ni siquiera para vivir—
de política.
Y si lo encierran,
el poeta,
ruge de tristeza,
y su rugido
se expande,
hasta el confín del universo.
Esta vez,
el poeta,
no correrá,
tras los diamantes,
de ninguna playa armoricana,
ni del áfrica negra.
Esta vez,
el poeta,
sin oro en su cintura,
sin cruz en sus espaldas,
se dedicará
ni a la política,
ni al ocio.
Esta vez,
para acallar,
el canto del poeta,
habrá que matarlo.
Y si alguien intenta,
la inmensa porquería de matarlo,
el Poeta,
parece ahora,
una bandera,
pero,
asesino inmortal de toda la blancura,
amante empecinado de la destrucción,
de toda la pureza,
no deja de cantar.
(Del libro Canto a nosotros mismos también somos América; Ed. Grupo Cero)