Alberto Escobar

Huyo

 

Huir es 
regresar 
eternamente. 

—Guadalupe Grande. 


Un lobo me persigue, 
dientes blancos, largos,
afilados, puntiagudos, 
chorreantes, ladra tenso,
me llama, me insta
a que me pare, espere,
que no tema, que solo
va a hacerme una pregunta.
Un lobo, azabache tirando
a claro, ojos golosos, a falta
de cariño, con un frío que arde
sobre la faz de su pelaje, ladra
otra vez, quiere abrazarme,
dice, pero yo no me fío, 
todos son iguales, se hacen pasar
por abuelitas para, confiado, clavar
sus cuchillos blancos en la carne, 
tierna de un cabritillo que soy yo. 
Huyo, corro con toda la gana
que mandan las piernas, no quiero
parar porque los lobos no dicen
la verdad, de eso depende su sobrevivir,
pero, con lágrimas resbalando abajo
sus fauces, me asegura, con el corazón
palpitando en la mano, que el hambre
que padece no reside en mi cuerpo,
no, que se residencia en mi alma, y que,
si le doy unos grados de mi calor se irá,
y volverá a su guarida, que está tan fría...
Sus palabras me hacen detener la carrera,
le espero con una desconfianza enorme
poblando mi cara, y viene hacia mí, lento,
sereno, sin el deseo furioso que le rayaba
el corazón...