Se derrumba la torre
de sangre, fuego y piedra.
Las aguas, invadiendo,
iban cerrando puertas
para las soledades.
Para las pestilencias,
era la hora perfecta
y las ratas hicieron
su asquerosa presencia.
Los ángeles gloriosos
le robaron la malicia a los diablos,
y sus bocas, como pútridas ciénagas
copularon con los lagos azules
para engendrar bulos, difamaciones,
y groserías camufladas de miel.