Apareciste un día con manos de princesa,
sonrisa de doncella,
y entonces nada supe de tus miradas tenues:
apenas te miraba desde mi cumbre opaca…
El tiempo fue pasando como pasan los pájaros,
inquietos y nerviosos entre los altos árboles;
hablabas desde lejos,
y yo entonces estaba mirando hacia otra parte,
porque lo conveniente permanecía siempre entre mis ojos calmos…
Y un día, sin quererlo, tropecé en el abismo
de tus abrazos fuertes…
Y ya no soy el mismo…
Despierto en la mañana y pienso en tus mejillas,
descubro tus cabellos cada vez que te escucho,
sintiéndome culpable de cosas inauditas
en esta vida lánguida que pasa poco a poco.
Y cada vez que asomas mi corazón se encoge,
buscando en tu sonrisa los surcos de tus labios,
y miro tu semblante cambiante como el aire…
Misterios de la vida que a veces nos sorprende:
encuentro tus tesoros de luciérnagas vivas
cada vez que amanece después de la tormenta…