¡Memoria desmemoriada!
siempre guardas un antes perdido,
que en esta hora de sombras
yerra como el olvido.
Me dejas:
este sueño sin recuerdos,
y estos despojos que no pueden
volver la vista atrás.
Soy la larva que se transforma,
el gusano de seda parido de mi boca,
que pronto alzará el vuelo
como verso alado;
un sueño en otros sueños
que no logra despertar;
la lengua seca de una palabra
que busca el agua;
Ya es pretérito el tiempo,
como yo.
Soy un cadáver, ¿dónde está mi sepulcro?
Soy el futuro; ¡Ay, qué decadencia!
Esta noche he olvidado
cómo regresar a ti;
pero te sé
en el olor de la siembra,
en la flor de jazmín,
en mi lengua, mis ojos y mis manos,
en todo aquello que no alcanzo…
pues mi falta —fatal—
no puede atravesar
el cristal de la noche;
y mis viejos zapatos
no pueden andar
los senderos sin huellas.
Si la distancia entre tú y yo no existe,
y no hay caminos de regreso.
Solo puedo mirar con pesadumbre
lo que ya dejó de ser.
Me faltas, me faltarás, amor,
en el abrazo,
en el roce de la piel con la piel,
en este instante preciso
de la premonición
de un antes sin después.
Ahora solo tengo este inventario:
una mesa empolvada,
dos asientos vacíos,
un jardín en ruinas,
los frutos de un árbol
que no quisieron madurar,
y el secreto perdido
que ya no podré guardar.
¿Quién soy, cuando el silencio
me arranca la voz,
cuando el olvido devora
mis últimos recuerdos,
y mis ojos, ciegos de desdén,
sepultan lo que no quieren ver?