Tus miedos son redes en las que cazas seres humanos;
no te basta con atraparlos, sino que insistes en domarlos,
aunque no te atreves a meter la cabeza
en las fauces del animal que dominas.
Buscas en otros lo que no encuentras en ti;
así alimenta esa imaginación turbada
que el mundo tiene en reserva,
creciendo como sombra en el fondo de cada mirada.
Cuando la inutilidad se vuelve un peso
que todos, por piedad o resignación, aceptamos,
es entonces cuando nos sometemos,
sin que nadie nos lo imponga, a su inevitable dominio.