Oh, Musa de la introspección, guía mi pluma por senderos sinuosos de la mente.
En un laberinto de emociones, me he encontrado prisionero de mi propio corazón. Un muro de espinas he erigido, resguardando un jardín secreto donde florece el miedo al abandono y la desconfianza en la humanidad. Como un arquero avezado, he aprendido a lanzar flechas de indiferencia, hiriendo a quienes se atreven a traspasar mis defensas.
Mis relaciones, fragmentadas como un espejo roto, reflejan la imagen distorsionada que tengo de mí mismo. En cada encuentro, busco pistas que confirmen mis creencias más oscuras: que el amor duele, que la confianza es traicionada. Y así, me muevo por el mundo como un ermitaño, buscando la soledad como refugio.
Sin embargo, en las profundidades de mi ser, anhela la conexión, el calor de la compañía. Como un barco a la deriva, busco un puerto seguro donde anclar mi alma. Pero el temor a naufragar me mantiene anclado en aguas turbulentas.
¿Cómo romper estas cadenas que me atan al pasado? ¿Cómo confiar nuevamente en la bondad de los demás? Quizás la respuesta esté en aceptar mi vulnerabilidad, en reconocer que la fortaleza también reside en la fragilidad. En lugar de erigir muros, debo construir puentes que me conecten con los demás.
¡Oh, Musa, ilúmina mi camino y guíame hacia la luz!
JTA.