La verdad no se oculta tras paredes de oro,
no se disfraza en riquezas que el mundo adora,
es la voz que clama en los rincones olvidados,
en los campos de lucha, en los rostros callados.
Jesús, el Cristo, dijo: “Yo soy el camino,
la verdad y la vida”, luz en nuestro destino.
No es la verdad de opresores que hieren y callan,
sino la que se alza, en los pobres, que no fallan.
La verdad nos despierta, nos mueve a la acción,
no se guarda en silencio, exige transformación.
Es la liberación del alma cautiva,
el quebranto de cadenas que la vida cautiva.
No busques la verdad en un trono lejano,
en palacios de poder o en el oro insano,
la verdad está en el pan, en el sudor de la gente,
en los que luchan, resisten, y nunca se sienten ausentes.
La verdad que trae vida, no solo consuela,
sino que arranca las máscaras, y al alma desvela,
es un grito fuerte, que al injusto acorrala,
y a los que sufren, les da alas.
Así, en la vida y la fe, no sigas el sendero
de los que callan ante el dolor y el destierro,
camina en la verdad que nos une y nos libera,
la verdad que en Cristo, al fin, nos espera.