Sierdi

MAX Y LA FIERA LEONA

Una potente voz, trepa, entre serenas ramas y renuevos, remontando, hasta una improvisada casa del árbol, asentada, sobre las ramas más altas de un guayacán.

Con mesura, se asoma aterrado, un menudo niño. Su nombre es Max. Palpitante, temblaba estremecido, porque tenía miedo, de contar con tan mala suerte, de ganarse, otro más de sus castigos. Por suerte, se trataba de una dadivosa invitación de Simón su padre a visitar el Zoológico.

A lomo de un colosal elefante, el niño Max y Simón su padre, atravesaron la cerrada espesura del bosque Arborempaxylonga.

Al llegar a los límites con la gran ciudad, empezó un bullicio ensordecedor. La gente deambulaba como sonámbula al redondel de la plaza mayor. Por casualidad, pasaron junto a una atrayente tienda tecnológica. Allí Max observó, un teléfono que lo cautivó, rogando caprichosamente a su padre, que se lo comprara. Al principio su padre se negó, pero al perder el aguante. Simón bajó la cabeza. Y observando su viejo y lívido pantalón, sacó de sus bolsillos, una lustrosa reliquia de oro. Herencia de sus antepasados. que entregó con pesar al comerciante, en cambio del teléfono.

Después de proseguir su camino, llegaron al gran Zoológico. Ahí, Max, se situó a la entrada, buscando la apacible sombra de un frondoso Fresno, sacó su nuevo teléfono, quedando inmerso por horas en su pantalla.

De pronto…

Se escucharon gritos.

 

 

La gente huía despavorida, porque una feroz Leona, deambulaba suelta, rugiendo estrepitosamente, se dirigió directo a Max. Lo atrapó, con sus poderosas quijadas. Dejándolo inmóvil totalmente. Después de menear su cabeza, enseñando como galardón, su frágil presa. La leona, saltó faustosa, hacia un matorral. Perdiéndose de vista.

En cuestión de segundos, la gente se esfumó, quedando desierto el lugar.

Pasadas las seis. La penumbra abrió sus tostados ojos, la noche se hizo tenebrosa.

El ulular del búho y el chillar de los monos, recitaban un cántico espeluznante.

Mientras, entre las sombras, la fiera leona rugía irascible.

Con la desesperación de la pérdida de su hijo. El padre de Max, rompió en llanto. colocando las manos sobre su cabeza, deseaba, devolver el tiempo. Maldiciendo, su tragedia. Después de incorporarse, muy conmovido, buscó, palabras adecuadas y serenas, que serían de consuelo, para su esposa, en el momento de contar, la fatal desdicha.

Después de un largo recorrido, al llegar a su morada. Simón encontró a Max, muy feliz en el antejardín de su casa, jugando con la Leona. Que resulto ser su amiga, del majestuoso bosque Arborempaxylonga. Lugar donde habitaron siempre.

A Simón, le volvió la vida, ratificándole con un fuerte abrazo, lo mucho que amaba a su hijo. Y fueron felices, por siempre.