En un baile entre penumbras sus manos señalaron deseos
y los brazos correspondidos cruzaron sus corales en los pechos.
Vino blanco, ostras, pan negro y mantequilla,
limón en las papilas,
todo atavía la tarde de invierno.
Poco duró la espera turgente para quemar los inciensos
la piel fundió sus caracolas de dos amantes confesos.
Él buscaba su boca y ella ofrecía silencio
guiando la urgencia de la mano hacia su propio misterio.
Las gotas tibias huyeron por la espalda hacia los brazos
buscando la humedad del cuello
cuando de sus bocas se escapan
diez puñales y sus nítidos ecos.
Los labios exasperados escalan todos los verbos
y las piernas dibujan espigas como mapeando sus tempos
mientras las cuatro caderas crean acordes en los cuerpos.
Asi se acorta el día y la noche les gana a las horas,
a la paz y al silencio.
El oleaje del mar despierta el olfato sin sosiego.
Protegido por la prudencia de la seda deja al desnudo los besos.
¿Es posible confesar amor sembrado sobre el deseo?
Cada uno con sus vidas con la respuesta sin saberlo.