Cuando aquellos hombres
sedientos de poder, de mando y de dinero
se sentaron a la sombra de la higuera,
recibieron en sus bocas
las esperadas, flácidas, maduras y dulces brevas.
Todas sus rameras y efebos
babilonios les bailaron la danza del vientre
con los siete velos, ¡Y alguno más!
Mientras les limpiaban las babas del placer
entre cánticos y odas.
Fueron, y sentaron sus nalgas en sus tronos
de excrementos secos
con decoraciones en pan de oro
recubiertos de seda,
y comenzaron a mandar.
En ese mismo momento,
se olvidaron de sus promesas.
No conocían a nadie.
Y así, recolectaron las brevas
durante el periodo que les fue otorgado.
Al final del tiempo estipulado
y con sus bolsillos llenos
de brevas e higos,
un enjambre de aduladoras avispas
en su entorno, los protegían
de todo agresor.
Así se gozaron
el fruto de su éxito durante toda su existencia.
Fueron más que felices,
ya que les quedó
un silo repleto de higos.
¡Para el resto de sus vidas!