En la mirada de tus ojos, hallé un universo de complicidad,
un rastro de que me seguía hacia cualquier lado,
como un faro en la noche de lo efímero.
Mi mente viajó a aquellos tiempos,
donde éramos cómplices del viento,
donde las palabras se tejían en susurros,
y los silencios eran abrazos compartidos.
Hoy mi corazón es un jardín sanado,
las espinas de aquella herida han cedido,
y aunque somos extraños en la danza del olvido,
sé que gracias a ti, soy una persona feliz.
Porque en cada adiós, hay un renacimiento,
en cada distancia, una lección aprendida,
y en cada recuerdo, una estrella que titila,
recordándonos que el amor es un viaje sin fin.