En la quietud de la oración, el joven cristiano al cielo eleva su voz, con palabras sinceras y un corazón que no se doblega. Pide fuerza al Creador, en su divina presencia reposa, y en la sagrada escritura, su alma se entrega.
No está solo en su lucha de malos deseos, no en su pesar, pues en los brazos de Jehová hallará consuelo. En la ternura de un padre, en el amor maternal, encuentra refugio, un bálsamo para su anhelo.
Habla de sus miedos, sus sueños, su dolor, con aquellos que le dieron vida y amor sin medida. En la intimidad de su ser, busca el valor, pide fuerzas para compartir su carga, y encontrar en ellos su guía.
La Biblia, su faro, en la oscuridad su luz, sus principios, un mapa para el corazón errante. Cada versículo, un paso hacia la virtud, cada historia, un espejo donde verse triunfante.
No necesita de leyes para cada decisión, pues en su fe, encuentra la sabiduría. Cada palabra divina, una revelación, que guía sus pasos, día tras día.
Así, el joven camina, con esperanza y devoción, sabiendo que en su fe, nunca está solo. Y en cada oración, encuentra la afirmación, de que el amor de Jehová es su tesoro más ansiado.