Me extraño.
Casi como si me hubiera perdido.
Me extraño como se extraña un amor:
con dolor y melancolía.
No lo comprendo.
¿En qué momento me desdibujé?
¿Dónde distorsioné mis propios sentidos,
mi sensibilidad y mis pensamientos?
Sé que me extraño a mí,
porque este sentimiento no tiene nombre ni rostro;
no tiene voz, ni olor.
No distingo color de piel,
ni ademanes que lo definan.
La silueta que extraño
es inerte, impávida, insípida,
un bulto de sueños vagabundos
y nauseabundos.
Me extrañaba.
Ahora, ni siquiera quiero verme.