Rayos del alba atravesaban lentos
las grietas ocultas de tu pecho
y en cada roce, cual mil lamentos
crujía el ser, quebrado y desecho.
Era el sol un peso suave y frío
que sin piedad arrancaba secretos
dejando en su paso lento y sombrío
las huellas sutiles de antiguos ecos.
Cada rayo tocaba tus heridas
y en su ardor, el alma se quebraba
como hojas secas, como hojas perdidas
y en el suelo quedaba, desarmada
la forma frágil de tus heridas
que el alba en silencio desgajaba.
Duele muy profundo ver a una madre en el funeral de una hija. Esa imagen me queda al entrar de manera remota al funeral de Rachel en la Universidad BYU Idaho. La madre, aunque serena, denotaba un dolor y una pena como si una cuña, estuviera clavada en su pecho, sus ojos secos de tanto llorar, hicieron llorar a muchos que nisiquiera eran familiares ni allegados. El padre de Rachel, daba las gracias por el apoyo para que su cuerpo llegara a su destino, y por todas las bendiciones recibidas en el tiempo de espera para tener a su hija de regreso a su morada final. La madre a su lado, con una foto abrazada a su alma, la misma foto sobre el ataúd de su hija junto a su primer violín. El padre destrozado hizo uso de la palabra, la madre rota, escoge el silencio como grito contenido.