La opinión, definitivamente,
es un prisma roto para mirar la realidad,
y, en sus fragmentos, ves al otro—
ese que te observa desde un pedestal minúsculo,
un superior en lo nimio, en lo efímero,
un ser que nunca puede errar.
Interpretas el mundo desde un reflejo borroso,
pensando que la verdad se disfraza de mentira
cuando desafía tus certezas;
la opinión, crees, te corona inteligente
por el simple hecho de ser tuya.
Ese trabajo que te abraza y alimenta
con ilusiones de seguridad:
piensas que todo está dado,
y cada mes te asombras de que te paguen,
aunque no sepas bien el cómo o el porqué,
y un leve cuestionamiento basta
para hacerte sentir a la deriva.
Estás en un lugar que te sacia
con verdades absolutas,
en el que ser esclavo
te da la ilusión de pertenencia,
y en la cumbre de ese espejismo,
te lidera un cautivo aún más hondo.