Existen lazos humanos tan frágiles,
que no resisten un juicio;
se desmoronan en la primera mirada,
como ramas secas en el viento.
Ser, entonces, es un trabajo copioso,
un largo trayecto sin estaciones,
sin promesas de llegada,
un camino que exige tu permanencia,
y golpea en cada momento de flaqueza.
Hay cosas que brotan tan libres,
tan espontáneas, que las tomas sin preguntas,
las dejas ser, las dejas fluir,
pues de otra manera,
algo en este mundo estaría encarcelado.
La existencia es perecedera, sí,
pero aún más lo es el estado de ánimo,
ese espejo quebrado
que refleja tu inconformidad constante,
con la mujer que eres
y la que intentas construir.
En el arte de conciliar,
hay un obstáculo silencioso:
cuando quien media asume sensatez
como acto irrefutable,
y al otro lado, alguien asiente
sin escuchar más allá del ruido,
pensando solo con las orejas.
¿Qué hacer con el reproche a la opinión
cuando la tomas como acto moral?
Estableces, así, una distancia entre
tu verdad invicta y el simple acto de cuestionar.