Hoy me siento a escribirte con el peso del mundo sobre mis hombros, como si cada palabra fuese un pequeño ladrillo, añadiendo más carga a un corazón que se ha vuelto incapaz de soportar. Tal vez esta carta no llegue a tus manos o incluso no la leas, pero siento que debo abrir mi alma de esta forma, como un grito ahogado que busca ser escuchado.
Recuerdo los días cálidos, aquellos en los que el sol se asomaba a través de las nubes y iluminaba mis senderos. Eran momentos sencillos, donde tu risa era el eco que llenaba el vacío en mi interior. A veces me pregunto cómo un instante tan brillante puede desvanecerse en la penumbra de la tristeza. La vida, tan hermosa en sus matices, se ha tornado en una lucha constante, una batalla con sombras que se ciernen sobre mí, me ahogan y no me dejan avanzar.
He tratado de aferrarme a los recuerdos buenos, esos que nos hicieron reír hasta llorar, pero en mi mente, las sombras se vuelven más pesadas y los colores más apagados. La confusión y el miedo se han convertido en mis compañeros más leales, y aunque ninguno de nosotros deseaba este destino, aquí estoy, sintiéndome cada vez más distante de la vida que una vez aprecié.
A veces miro hacia atrás, a los momentos en los que todo parecía tener sentido. Cuando las promesas eran creíbles y el futuro se dibujaba con sueños vibrantes. Pero, con el tiempo, esos sueños se han evaporado, dejando sólo un eco de lo que pudieron ser. La desesperanza se ha infiltrado en cada rincón de mi ser, transformando lo que antes era luz en una oscura amalgama de dudas y dolor.
Quiero que sepas que, aunque estas palabras tengan un tono sombrío, no son un reproche hacia ti ni hacia nadie más. Este camino ha sido arduo y, en mi lucha, quizás olvidé buscar ayuda a tiempo. La presión de encajar, de mostrarme fuerte, de seguir adelante incluso cuando las fuerzas me abandonan, ha sido un peso inaguantable. La soledad se ha apoderado de mí, y aunque hay quienes se preocupan, muchas veces me siento como un extraño en mi propia vida.
Si llego a dar un paso hacia la oscuridad, quiero que comprendas que no es un acto de debilidad, sino un grito de cansancio, un intento por escapar de un dolor que se siente interminable. No quiero que esto te cause culpa; tu amor y apoyo han sido un faro en mis días más oscuros, pero a veces el brillo es demasiado débil para iluminar la tormenta interna.
Hay tanto que quiero decirte y tanto que me quedará sin decir. Pero, si por alguna razón este es el final de mis días, deseo que encuentres en los buenos recuerdos la luz que me falta. Nunca olvides las risas compartidas, los abrazos reconfortantes y ese amor incondicional que me diste aunque no siempre lo supe apreciar en su totalidad.
Te pido que sigas adelante, que vivas intensamente, que busques el significado en cada rincón y que nunca dejes que la sombra apague tu luz. Prométeme que llevarás en tu corazón el amor que compartimos, y que ese amor se convertirá en un refugio en los días nublados.
Con todo mi cariño, un abrazo eterno.