Diques del alma rota
Construyo muros de silencio
en los laberintos de mi alma herida,
diques de piedra y sueño
que esquiven esa maliciosa lluvia
que cae en espirales de palabras muertas,
que en su caída socava
los cimientos más puros
de un amor que se derrumba.
Amor marchito,
flor negra en el jardín de lo eterno,
te llevaste el calor de mi carne
y me dejaste en sombras;
espejo roto de memorias borrosas.
Hoy bebo de los pozos de un ayer perdido,
buscando en las raíces
de mi mocedad truncada
el amparo suave de los días sin heridas,
cuando amar era simple
y las manos eran ciegas.
Desesperado,
me aferro a los dorados hilos de mi juventud,
donde aún florece el eco de mis risas intactas,
hilos vivos,
de un tiempo sin sombras,
sin miedo,
deseando que, entre tanto muro y dique,
permanezca a salvo una chispa de lo que fuimos.
Pero todo se desvanece en neblina,
y el agua sigue cayendo,
minando diques, murallas y el último refugio:
la inocencia
que aún late
en el fondo
de mi alma.