A virtud de los ibiscos
todo en si transformadísimo
se muestra el orbe
de intuición pleno aunque desborde
sobre el hombre mismo.
Se congratula él en su edificio
como esclavo que es del vicio
a buenas horas para el tránsito
entre aromas multiorgásmicos
de foráneo implícito
en un pentagrama.
Al compás fatídico
de los que exclaman
en las ramas nítidos
ahora escapa
de esa trampa
saltando a lo fantástico
con su tropa
que lo arropa
de oro en balde.
Esos son de los que invaden
cualquier territorio
con su odio en dos mitades
inseparables de lo vasto
del mundo en torno
ante su ocaso
solo y recóndito.