A veces, la vida nos arroja al abismo,
donde no vemos salida ni luz al final,
donde olvidamos quiénes somos,
y el camino se vuelve un enigma.
Ignoramos cómo sobrellevamos las emociones,
ayudando a otros mientras ocultamos el dolor,
monstrándonos fuertes ante sus ojos,
aunque en lo profundo, nos desgarramos.
El orgullo, la falta de valor, la desconfianza,
nos impiden pedir ayudar cuando más lo necesitamos,
y caminamos solos en medio de la tormenta,
como náufragos en un mar incertidumbre.
Olvidamos nuestra esencia, caemos en la oscuridad,
buscando una luz que ilumine el sendero,
pero el recuerdo de aquellas palabras perdura,
como un castigo que no podemos eludir.
Sin embargo, logramos salir, renacer,
pensando en quiénes éramos antes del abismo,
las personas que nos sostuvieron en la caída,
y mostramos nuestras emociones con resentimiento.
Dejamos que ellos fueran faron en la noche,
iluminando el camino hacia la redención,
porque la vida, como un río sinuoso,
siempre nos lleva hacia la posibiildad de renacer.