Siempre anduve en la búsqueda
de las palabras que mejor expresaran
la voz que habita en mí.
Heme aquí,
esperando que abra la puerta
de ese inefable rincón
que a veces me sabe a noche sin lengua
y otras, al sonido de las olas del mar.
Sé que he malogrado sus versos
cuando intento escandirlos;
que no he sido un buen intérprete
y no he sabido hilvanar su cuerpo
con mi lenguaje.
Sé también de la benevolencia
de ese indómito ser
que, a pesar de mi obra imperfecta,
me confiesa el infortunio de su dolor,
la ventura de su alegría
y su furia de media noche,
cuando interrumpe mi sueño.
Sé, además,
que guarda secretos
cuando me castiga con su silencio
y mi página queda en blanco
por largo tiempo;
yo enmudezco en una tristeza profunda.
Entonces releo sus líneas
buscando mis faltas,
e intento reescribir
el pasado incomprendido
de aquel que también soy.