Alberto Escobar

Debajo

 

 

 

Debajo,
bajo la marquesina
de una parada de autobús,
el sol ausente, el gris predomina,
el blanco propio de las nubes
disuelto en la gestación inevitable
de una borrasca, detrás, en el gris
empedrado de la acera, un charco
se hace mar porque su lecho, cóncavo,
fruto de infinitas lluvias anteriores,
lo ha hecho posible de repente,
y el goteo fijo e incesante de nubes
reunidas como brujas de Zugarramurdi 
ariscan el aire de la parada, lo tensan
como el elástico de un arco imaginario, 
y yo, a salvo, balcón amplio de macetas 
mojadas, suspenso, mirando la lucha 
de cada cual por no mojarse, por salir 
indemne cual si el agua fuera ácido sulfúrico, 
seco, con un pijama a cuadros, sin la tensión 
que la supervivencia genera en las neuronas. 
A lo mejor bajo, debajo, por solidaridad, 
sin paragüas, y empaparme del mismo agua 
que los que llegan corriendo a refugiarse bajo 
el techo naranja de esa marquesina, y quedarme 
fuera, impávido, como si la ducha fría 
de esta mañana no fuera ración suficiente 
para espabilarme, como si la cortina 
que me desmorona ahora, sin sentido, 
me rayera el tergal barato de que se compone, 
y resultara yermo, desnudo 
ante los ojos estresados del viandante, y, 
como si nada, les dijera que ya es suficiente, 
que me subo al confort indolente de mi hogar, 
que solo he bajado para solidarizarme 
con el dolor que leía en sus rostros 
desde la paz de una ventana, allá arriba;
que subo a secarme —que ya quisieran ellos—,
que ya toca ponerse al socaire de un techo,
de una edificación fuerte, con habitaciones
y ladrillos, vestido, no desnudo de desamparo. 
Debajo una tristeza, supervivencia, desamparo,
lucha, tensión, un autobús que no acaba
de llegar, un abrigo que se desea...