Las palabras que salen de mí, son de todos, lo mismo sería si inventara una fórmula para detener el tiempo o eliminar los males de este mundo,...
Recuerdo cuando nos conocimos, leías un periódico sentada con una taza de té en el café Ritz del centro de Santiago era la primera semana de clases en la Universidad, el segundo día cuando las bromas son algo crueles para los mechones, me senté enfrente tuyo con un libro de Nietzsche, Aurora, una traducción deplorable, quería abandonar su lectura; no veía tu cara; pero sabía que eras una dama por las mangas floreadas de colores vivos; pedí un cappuccino, luego lo trajeron, mientras leía los titulares de la primera plana de tu diario abierto, uno me llamó la atención, decía Tropas de EEUU invaden China. Exclamé, ¡no puede ser!, te mostraste sonriendo y te escuché decir, también creíste.
Así comenzó todo, le entregué mi nombre y dirección escritos en una servilleta, le pedí enviarme una carta cuando quisiera.
A mí me había gustado, era dulce con expresiones nada santiaguinas, algo arcaicas, ajustadas; me quedaron cascabeleando.
Regresé una tarde a casa, tenía un sobre, así supe su nombre, yo intentaba leer entre líneas, era demasiado aguda para mostrarse; le contesté in extenso, pidiéndole reunirnos dónde ella fijase.
En la siguiente carta, me señaló fecha, lugar y hora para juntarnos, era un café enfrente a una plaza en el sector de la Reina, llegué con un chocolate, se lo regalé, nos saludamos animados, nos servimos unos jugos; habían transcurrido 2 meses desde el primer café; salimos tomados de las manos, caminamos por la amplia plaza, nos sentamos bajo unos árboles frondosos que se deshojaban, la besé y me correspondió; me seguía a su manera, yo dudaba, casi nada sabíamos el uno del otro; sin embargo, mi corazón palpitaba a un ritmo desconocido antes para mí, ella iba más lento en la demostración de sus emociones, un rubor pálido en sus mejillas, sus manos ligeramente más tibias y una que otra sonrisa entornando los ojos.
(*) es la continuación de
Tendré que buscarte más allá de las palabras, el gatito no llegó; cuánto lo esperé mirando desde el balcón su venida a estas tierras lejanas; sí, sé que no es un minino volador; debe cruzar mares, cordilleras, ríos,... guiarse por sus instintos, descansar, llevarse sueños, encender sus ojos para atravesar la noche,...
Mas, mientras conversaba con el miau del vecino que mira hacia el cielo para evitar el saludo, oía música de los Beatles, ejecutada por la orquesta sinfónica de Rumania.
En ese instante, ella me dijo que ella no era ella, le pregunté entonces, ¿quién eres?, una penumbra, me contestó y ¿tú? el que cree amarte, pero si sólo eres una silueta ¿dónde está tu yo verdadero? no muy lejos en una ciudadela detrás del bosque.
En eso tenía puesta la mente cuando nuevamente apareciste un poco despeinada por el viento de mediodía, y me preguntaste, en qué estabas.
De golpe caí, mi ensimismamiento respondí, se debía a qué pensaba sobre tu yo verdadero, cómo sería, no podía siquiera imaginármelo, me era ajeno, distante, impenetrable.
La semana pasada fui más allá del bosque, se extendía una playa inmensa, las aves emitían graznidos, la mar azul tenía las tonalidades de las marinas pintadas al óleo, navíos cruzaban a lo lejos, hacia el norte y hacia el sur, caminé en ambas direcciones por la arena, no había nada ni nadie, ni alma a quién pedir una guía.
Dijiste, es que esa ciudadela la estoy construyendo ladrillo a ladrillo, los planos están completos, su vida se desarrolla normalmente en mi mente, para cuando esté terminada podrás visitarme, en tal momento comenzarás a dilucidarme.
Por favor disimula, haz como si fueras enteramente tú la que estás aquí presente; estoy vagando por los terrenos de la sinrazón, extraviado.
Me dirás que no puedo amar lo que desconozco y en eso tienes razón; subamos a la torreta de los guardabosques para ver la ciudadela, juntos; me seguiste por sinuosos caminos de hojas cansadas de aguardarnos, alcanzándola, se veía alta, ubicada en una colina. En el trayecto pensé en voz alta, no me siento seguro si es necesario tanto devaneo, nuestra alma es una partícula de una gran alma, siempre nos sentiremos que nos falta algo hasta no integrarnos a ella, a ti te sucede lo mismo y al unirnos nos sentiremos plenos; así y todo, queremos más, sin detenernos; para la mente, el espíritu y el cuerpo sucede lo mismo; tu parecías aletear a través del rumor del tiempo difundido en el espacio con sabor a tristeza, olor a mar; juntabas las gotas, las que no se hacían esperar, agua celeste, luciérnaga de colores divinos, en ella eres igual a los ojos de una dulce gata que maúlla, gruñe, rasguña,...
Nos facilitaron catalejos; pero sí he estado allí antes; me habías señalado el lado oeste y no el sur, por eso no pude dar; es un villorrio despoblado, de haberme dirigido ahí, seguramente te habría encontrado. No, te equivocas, no la estás viendo con mis ojos, es misteriosa, mirarás a través de mis sentidos, te iré contando las imágenes detenidamente, me asentirás con un gesto; allí, tampoco me habrías reconocido ni yo a ti. Para los visitantes, no hay gente, las fachadas les parecen derruidas; sin embargo, todo es nuevo, manteniendo las formas de hace 2 siglos, hay vida activa, educación, biblioteca, basílica, parroquias, universidad, colegios, parques, plazas, comercio,… nada falta a lo que una sociedad hace. Observa lejos verás un campanario elevado con cuatro conos de cobre y uno mayor de oro, las arboledas a su lado son del jardín botánico, ese edificio con enredaderas en sus muros es la universidad, así sucesivamente le fue nombrando las edificaciones y lugares más representativos. Podré ir para estar contigo; no te adelantes, sí, lo puedes hacer, me encontrarás en las salas de estudio de la universidad, no sabrás quién soy ni yo sabré quién eres.
En tanto, para mis adentros me decía, habrá un día dónde no exista el arriba y el abajo ni el dentro y afuera y menos el tú y el yo; todo el espacio contendrá el tiempo y el tiempo a la inmensidad; las tonalidades de infinitos colores campanearán en nuestros oídos con los sabores más intensos olor a jazmines, que recorreré con mis manos hasta hacerlas brillar...
Comenzaba atardecer, los guardabosques nos invitaron a tomar café, eran amables, ágiles, despiertos; nos preguntaron de dónde éramos, yo le dije, soy de Santiago, estoy aquí en la casa de unos parientes por vacaciones; mi sombra, mencionó la Ciudadela, ah, nosotros también somos de allí, vivimos en las poblaciones de artesanos, ambos somos hijos de artesanos, trabajamos la piedra y usted de qué lado es, vivo en el barrio cercano a la universidad, mi padre es sastre y mi madre pinta; nos permitirían, pasar la noche aquí, quiero mostrarle más a mi guardián, rieron; bien les prestaremos unos ponchos,…
Oscuro, las estrellas estaban en un enjambre de luz, niebla, sin luna, el susurro del oleaje oíamos; le dije, tú eres como un sol para mí, me alumbra, siento su calor, brilla en mi corazón, me huye. Quizás un día me sepas, mañana volverás a tus estudios y yo a los míos; me puedes visitar a mi universidad, es cosa que llames a la puerta adecuada, será fascinante, ninguno de los 2 sabrá nada del otro, salvo de nuestra juventud.