Ella murió.
La maté,
quise acabar con eso,
y aún así ella viva quedó.
Todos me advirtieron,
no escuché por terco
o tal vez por atrevido
y, solita, ella exhaló.
Le vi sangrar lagrimones,
su carne con heridas saladas
sus manos callosas y crudas,
¡Ja! Poca cosa para un noble.
Le vi agonizar con mi nombre en boca,
Con el terror de la misma nada;
y le dejé morir, sedienta de verdad,
seco ese deseo como las pasas.
Ella, en cuerpo, está viva,
y sus restos los está velando otro,
sus deudos son mis amigos,
mi purgatorio a nadie le importa
y sobrevivo a la ruina del Calvario.
¿Y qué hice de ella?
Una difunta buena y absuelta.
¿Y yo que vengo siendo?
Una mentira sin alma, llena de pena.