EDGARDO

Madre adorada, esencia de amor

Tus manos, suaves como la seda,

Acariciando mi rostro en las noches de fiebre.
Tus ojos, dos estrellas que brillaban en la oscuridad,
Ahuyentando mis miedos, mi dolor.
En tu mirada, encontraba la paz y el refugio que necesitaba,
Un oasis en medio de la tormenta.
Tu amor, un faro que guiaba mi andar,
Iluminando mi camino, siempre alerta.

Noches sin dormir, bordando con esmero,
Creando un mundo de colores con aguja e hilo.
Al río bajabas, con la ropa sucia,
Lavando y enjuagando, sin quejarte un solo instante.
Tus manos, cansadas, pero siempre fuertes,
Construyendo un hogar, lleno de amor.
Tu sacrificio, una semilla que germinó,
Dándonos todo, sin pedir nada a cambio.

Paciente y comprensiva, siempre a mi lado,
Escuchando mis penas, consolando mi alma.
Tu sabiduría, un tesoro incalculable,
Guiando mis pasos, siempre hacia adelante.
Tu fe, una luz que iluminaba mi camino,
Inspirándome a ser mejor cada día.
Tu corazón, puro y noble,
Un ejemplo a seguir, siempre.

Madre adorada, Zoila Carmelina,
Mi eterno agradecimiento, mi alma te lo entrega.
Por tu amor incondicional, por tu vida entregada,
Eres mi ángel, mi guía, mi estrella.
Que Dios te bendiga, siempre y por siempre,
Y te colme de salud y felicidad.
En mi corazón, tu recuerdo perdurará,
Un pedazo de cielo, que Dios me regaló.

Como un roble, firme ante la tempestad,
Tu fuerza interior, siempre me ha admirado.
Con tu sonrisa, alejabas la oscuridad,
Mi refugio seguro, siempre he estado.
En cada tropiezo, tu mano me alzaba,
Dándome ánimos, para seguir adelante.
Tu fe inquebrantable, mi alma la abrazaba,
Y me enseñó a valorar cada instante.

Tu belleza, no solo en tu rostro se hallaba,
Sino en la bondad que irradiabas.
Tu corazón, un tesoro que brillaba,
Con cada acto de amor que realizabas.
Tu alma, un jardín lleno de flores,
Donde la paz y la armonía florecen.
Eres mi inspiración, mis sueños y amores,
Y en ti, mi felicidad siempre se recolecta.

Tu legado, madre, perdurará por siempre,
En cada uno de tus hijos, en cada nieto.
Tus enseñanzas, como estrellas, brillarán,
Guiándonos en la vida, con su luz discreta.
Tu amor, un tesoro que guardaremos,
En el rincón más profundo de nuestro ser.
Y aunque el tiempo pase, nuestro amor no se acabará,
Siempre te llevaremos en nuestro querer.

Que Dios te bendiga, madre querida,
Y te conceda muchos años más de vida.
Que la salud te acompañe siempre,
Y la felicidad sea tu mejor amiga.
Que cada día sea un regalo,
Y que tu sonrisa nunca se apague.
Eres mi todo, madre, mi ángel, mi guía,
Y te amaré por siempre, hasta el final.

En cada mirada, encontré tu alma,
Un espejo donde mi ser se reflejaba.
Con tu amor, Zoila, crecí y aprendí a volar,
Forjando mi camino, siempre a tu lado.
Tu amor, un faro que iluminaba mi senda,
Guiándome siempre hacia la luz verdadera.
Un tesoro que en mi corazón guardaré,
Tu ejemplo, mi guía, mi estrella más bella.

Gracias por ser mi ángel, mi amiga, mi confidente,
Te amaré eternamente, más allá del tiempo.
En el santuario sagrado de mi corazón,
Florece una gratitud que nunca morirá.
Recuerdo tus manos curtidas, tejiendo sueños,
Con aguja e hilo, un mundo creabas.
Tu honestidad, una estrella que brillaba,
Guiando mis pasos, siempre me enseñabas.

La honradez, tu legado más preciado,
Un tesoro que siempre he guardado.
Con tu ejemplo, aprendí a ser leal y recto,
Y a mirar al mundo con un corazón sincero.
Soñábamos juntos, un mundo mejor,
Donde la felicidad fuera el mayor tesoro.
Cuidar de los demás, nuestro mayor anhelo,
Dando siempre lo mejor de nosotros.

Quiero que sientas, madre, mi amor profundo,
Que este poema sea un abrazo del alma.
Hoy, a tus ochenta y cinco, juntos seguimos,
Y te prometo cuidar de ti hasta el final.
Prometo transmitir tu legado,
Enseñando a mis hijos tu amor y tu valor.
Y así, tu esencia vivirá por siempre.