Jorge Izquierdo

CAMPANADAS

 

CAMPANADAS

 

Era un niño desgarbado, 

apocado, algo distante,

de timidez insultante 

y muy torpe a su vez. 

De aspecto despreocupado

nunca media sus gestos

ni su paso era elegante.

Él, simplemente pensaba

que lo único importante 

era ser…   buena gente. 

               ¡Cuánta inocencia!

Lo aprendió mucho después, 

la experiencia le dictaba:

-Vale más aparentar 

 lo que nunca se ha de ser

que tener la potestad

de ser único y auténtico 

sin que nadie se de cuenta-

 

Cuando tocaba jugar

a ese juego indeseado

que se le daba tan mal,

al subastar los equipos 

siempre era el peor pagado.

Se consolaba pensando:

Lo importante es participar.

Otro error por aprender.

¡Aquí se viene a ganar!

Le increpaban sin piedad.

 

Algún tiempo después

si salían a ver chicas, 

-cazadores experimentados-

nunca contaban él.

El motivo…  inconfesable:

Bajaba mucho el caché

del grupo de embaucadores

que con falsa maestría 

solamente conseguían

que se les derritieran

las muñequitas de cera. 

...Y entre tanta decepción,

entre tanto desengaño,

fueron pasando los años…

 

Lo de ella era otro caso:

Harta estaba a esas alturas 

de tanto piropo gastado;

de tanto acoso endulzado 

con sonrisas de prestado;

de tanta intención deshonesta.

Quizás, el ser tan perfecta 

fuera su peor defecto;

cuando menos un problema

para encontrar entre tanto

a quien merezca la pena.

 

Más que ruta era rutina

lo que hacía ese autobús

que les llevaba al trabajo

                        día tras día. 

Ella sí se había fijado

¿Quién era aquel solitario?

¿A qué tanto misterio? 

¿A qué tanta introspección?

Esas cosas le gustaban,

parecía inofensivo, 

le inspiraba confianza

y se aventuró a conocerlo…

 

Como un diamante encendido

le deslumbró con su brillo.

Cincuenta y seis quilates de peso,

Su contorno inmejorable.

Los límites de su estatura

los marcaba el universo.

Era inmensa, infinita,

más no era inalcanzable

pues la tenía a su lado.

Y aquellos ojos, ¡qué ojos!

Agujeros negros supermasivos

que le atrapaban el alma

cada vez que le miraban.

Y esa mirada:

Perfectamente asimétrica;

un ojo siempre atento,

profundamente despierto;

Y con el otro, soñando,

como mirando hacia adentro,

observando en su interior

otro mundo paralelo,

mucho más bello, más ameno,

donde reluce su estrella.

 

Y contra todo pronóstico

se acabaron conociendo,

descubriendo sus encantos

coincidiendo en casi todo.

Tanto va el cántaro a la fuente 

que al final calma la sed.

Cuando dos almas conectan

es tan fuerte la atracción

que sus cuerpos envolventes

acaban entrelazados.

 

Y se amaron.

Se amaron de una manera

como nadie se había amado.

Por lo puro de su amor,

porque nunca fue buscado 

porque nada fue forzado.

Simplemente se encontraron

y se encendió la pasión.

 

Pasó el tiempo y, convencidos,

acabaron por sellar

su compromiso sagrado.

Y sonaban las campanas

en aquel templo ancestral,

no habrá mejor escenario

para jurarse su amor.

 

Repicaban las campanas.

La boda iba a empezar,

los invitados entrando,

y entonces la vio llegar

con aquel vestido blanco

y una sonrisa exultante.

La belleza hecha mujer 

iba a casarse con él.

Todo era gozo y delicia,

jamás hubiera pensado

que después de lo sufrido 

acabaría encontrando

de una forma tan sencilla 

la ansiada felicidad.

Las campanas seguían sonando,

y tanto sonaron, tanto,

que se acabó despertando

de lo que vino a nombrar 

como el sueño de su vida.

 

Nunca, ese aparato infernal

provocó tanto fastidio,

sus insistentes timbrazos

le arrojaron sin remedio 

desde el más soñado sueño

a la cruda realidad.

La prisa le estaba esperando,

tenía que irse volando...

                                    a trabajar.

 

                LUJITAR  (2-5-23)