CAMPANADAS
Era un niño desgarbado,
apocado, algo distante,
de timidez insultante
y muy torpe a su vez.
De aspecto despreocupado
nunca media sus gestos
ni su paso era elegante.
Él, simplemente pensaba
que lo único importante
era ser… buena gente.
¡Cuánta inocencia!
Lo aprendió mucho después,
la experiencia le dictaba:
-Vale más aparentar
lo que nunca se ha de ser
que tener la potestad
de ser único y auténtico
sin que nadie se de cuenta-
Cuando tocaba jugar
a ese juego indeseado
que se le daba tan mal,
al subastar los equipos
siempre era el peor pagado.
Se consolaba pensando:
Lo importante es participar.
Otro error por aprender.
¡Aquí se viene a ganar!
Le increpaban sin piedad.
Algún tiempo después
si salían a ver chicas,
-cazadores experimentados-
nunca contaban él.
El motivo… inconfesable:
Bajaba mucho el caché
del grupo de embaucadores
que con falsa maestría
solamente conseguían
que se les derritieran
las muñequitas de cera.
...Y entre tanta decepción,
entre tanto desengaño,
fueron pasando los años…
Lo de ella era otro caso:
Harta estaba a esas alturas
de tanto piropo gastado;
de tanto acoso endulzado
con sonrisas de prestado;
de tanta intención deshonesta.
Quizás, el ser tan perfecta
fuera su peor defecto;
cuando menos un problema
para encontrar entre tanto
a quien merezca la pena.
Más que ruta era rutina
lo que hacía ese autobús
que les llevaba al trabajo
día tras día.
Ella sí se había fijado
¿Quién era aquel solitario?
¿A qué tanto misterio?
¿A qué tanta introspección?
Esas cosas le gustaban,
parecía inofensivo,
le inspiraba confianza
y se aventuró a conocerlo…
Como un diamante encendido
le deslumbró con su brillo.
Cincuenta y seis quilates de peso,
Su contorno inmejorable.
Los límites de su estatura
los marcaba el universo.
Era inmensa, infinita,
más no era inalcanzable
pues la tenía a su lado.
Y aquellos ojos, ¡qué ojos!
Agujeros negros supermasivos
que le atrapaban el alma
cada vez que le miraban.
Y esa mirada:
Perfectamente asimétrica;
un ojo siempre atento,
profundamente despierto;
Y con el otro, soñando,
como mirando hacia adentro,
observando en su interior
otro mundo paralelo,
mucho más bello, más ameno,
donde reluce su estrella.
Y contra todo pronóstico
se acabaron conociendo,
descubriendo sus encantos
coincidiendo en casi todo.
Tanto va el cántaro a la fuente
que al final calma la sed.
Cuando dos almas conectan
es tan fuerte la atracción
que sus cuerpos envolventes
acaban entrelazados.
Y se amaron.
Se amaron de una manera
como nadie se había amado.
Por lo puro de su amor,
porque nunca fue buscado
porque nada fue forzado.
Simplemente se encontraron
y se encendió la pasión.
Pasó el tiempo y, convencidos,
acabaron por sellar
su compromiso sagrado.
Y sonaban las campanas
en aquel templo ancestral,
no habrá mejor escenario
para jurarse su amor.
Repicaban las campanas.
La boda iba a empezar,
los invitados entrando,
y entonces la vio llegar
con aquel vestido blanco
y una sonrisa exultante.
La belleza hecha mujer
iba a casarse con él.
Todo era gozo y delicia,
jamás hubiera pensado
que después de lo sufrido
acabaría encontrando
de una forma tan sencilla
la ansiada felicidad.
Las campanas seguían sonando,
y tanto sonaron, tanto,
que se acabó despertando
de lo que vino a nombrar
como el sueño de su vida.
Nunca, ese aparato infernal
provocó tanto fastidio,
sus insistentes timbrazos
le arrojaron sin remedio
desde el más soñado sueño
a la cruda realidad.
La prisa le estaba esperando,
tenía que irse volando...
a trabajar.
LUJITAR (2-5-23)