Cielo de noche

El juego.

En esta sala y con el tablero ubicado , las piezas brillan como pequeñas esculturas, esperando a ser movidas por tus fuertes manos.

Me senté frente a tu seria cara , esos ojos brillaban con una mezcla de concentración y algo más, algo que no  se podía nombrar, pero que colgaba en el aire entre nosotros como una promesa inminente.

 

Sonreíste sutilmente apenas moviste los labios. Estaba acostumbrada a ganar, pero hoy, tú desafías. Esto no solo en el juego, es por la forma en que tus dedos rozaban las piezas con una delicadeza que yo no esperaba.

 

Es tú turno —dijiste con voz baja, casi un susurro.

 

Te mire y aunque estaba atenta fijamente  en el tablero,  el juego se sintió como una excusa para acercarme a ti . tus dedos recorrieron el borde de la reina, lo  acariciabas, lo estudiabas , antes de desplazarla con una suavidad que hizo que mi respiración se entrecortara por un instante. Cada movimiento, cada gesto, estaba cargado de una electricidad invisible.

 

El tablero se convirtió en nuestro campo de batalla, pero no era la partida lo que importaba,  sino nuestras miradas que compartían en cada jugada, el desafío que se teje entre nosotros.

Moviste el alfil con determinación, observando cómo me tensaba al ver tu jugada. El aire se volvió más denso, cada captura una pequeña victoria sobre el otro, una caricia que dejaba una huella.

 

La tensión entre nuestros cuerpos, que permanecían tan cerca, pero nunca lo suficiente como para cruzar esa ínfima línea entre el deseo y la contención. Rozaste  la pieza cuando moviste la torre,  sentí una chispa instantánea, un roce que dejó la piel ardiendo de anticipación.

 

Los movimientos eran medidos, calculados, pero había algo en tu modo de jugar, algo que desbordaba la lógica del juego. No era solo la mente la que estaba en juego ahora, sino algo más descarnado, algo que solo se podía palpar a través de la distancia cerrada.

 

Al final, el sonido de tu boca al pronunciar   jaque mate rompió el silencio que había ido envolviendo la habitación. Ganaste, pero cuando nuestros ojos se encontraron, ya no era el tablero lo que importaba. Me incliné ante ti y sin quitarte la mirada, sentiste que todo lo que habíamos jugado hasta ese momento era solo el preludio de lo que estaba por venir.

 

El ajedrez terminó, pero nuestro juego apenas va a comenzar.