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Está bien

En la calma oscura de la noche,
donde los ecos del pasado resuenan,
la tristeza se desliza como sombra,
susurrando secretos en voz de pena.

La luna, espectadora de almas perdidas,
cenizas de sueños que nunca volaron,
teje historias en su luz marchita,
donde la soledad se enreda, callada, en sus manos.

Es esa soledad, compañera sin rostro,
que abofetea tu pecho con manos heladas,
te abraza con un frío que quema,
te envuelve en su manto de horas malditas.

En el oscuro pozo de tus emociones,
las lágrimas son perlas de un mar en agonía,
cada una un suspiro, un lamento olvidado,
un eco de la vida que pasó por la vía.

Las noches son laberintos de angustia,
con fantasmas que danzan en tu interior,
horrendas visiones de lo que fue,
regresos de lo que el tiempo se llevó.

La angustia, esa maestra oscura,
te guía por senderos de memoria y temor,
te fuerza a desenterrar los recuerdos,
y a enfrentar el monstruo que hay en tu interior.

En cada lágrima, la historia del duelo,
de un alma enjaulada en pesares viejos,
donde el dolor en su danza sutil,
te recuerda que también eres fuego.

Y en esta tormenta de emociones,
donde el terror se viste de soledad,
crece en ti un jardín marchito,
donde la esperanza aún sueña su verdad.

Así, en la noche más negra y sombría,
cuando sientas que ya no puedes más,
recuerda que incluso en la penumbra,
la vida renace en un lento compás.

A veces, lo terrible da paso a lo bello,
y en el abismo, la luz vuelve a brillar;
la tristeza no es solo un final oscuro,
sino el preludio de un renovado despertar.